Medito para no ser esclavo de mis pensamientos, para recordar que son sólo residuos del día a día, cambiantes, antojadizos. Medito todos los días, 10 minutos desde hace más de 10 años. A veces fallo, pero como la meditación me ha enseñado, no pienso en lo que no hice, lo dejo atrás y vuelvo a concentrarme en hacerlo bien hoy. Cuando medito trato de “describir al que está pensando”, “describo al que está sintiendo”, y si persevero unos minutos ocurre un mágico exorcismo: siento la calma que te regala la distancia (el pensar en frío), dejó de estar poseído por la emoción, y puedo entender brevemente el significado de la libertad. Medito para recordarme olvidar, porque así gano tiempo: evitando perderlo en obsesiones o resentimientos. En una mente despejada te vuelves compasivo, comprendes que llevarte bien con los demás es una consecuencia de andar bien contigo mismo.
Si quieres aprender a soltar entrena el meditar.